La predisposición a lograr la magia que surge entre dos corazones que se encuentran frente a frente tiene mucho que ver con las cosas compartidas que precisan de los cinco sentidos para disfrutarlas plenamente. El acto de la comida es uno de las dos únicas actividades en la que los seres humanos ponen en funcionamiento la vista, el olfato, el oído, el tacto y el gusto. Por eso es importante estar muy atentos a ellos cuando los ponemos en acción con quien hemos decidido fusionar nuestra vida.
Una de las recetas dulces más extendidas de nuestro país son sin duda las rosquillas en su concepción más global, independientemente de los matices propios de cada lugar.
El sabor, la presencia y la decoración final tiene que ver con la magia, la historia y la cultura de cada rincón, pero es sencillo encontrar el hilo conductor en la mayoría de ellas, esa textura ligeramente resistente en el exterior que da paso a un corazón suave y esponjoso.
Creo que, anclado en la historia, el círculo simbólico que refleja el continuo y definitivo sentido del amor en pareja hace de las rosquillas un juego divertido que nos anima a seguir dando vueltas alrededor de un espacio vacío que está en nuestras manos llenar.
Si bien hay infinidad de pequeñas diferencias en la multitud de recetas que se encuentran en nuestros cuadernos de cocina, me parecía que era posible realizar un postre que tuviera algunos elementos comunes que facilitara la elaboración en cualquier rincón y que fuera al tiempo, un pequeño mordisco travieso al amor, a aquellos sabores que asociamos al dulce y delicado sabor del amor.