Por su gran cantidad de servicios y alojamientos, pero, sobre todo, por su encanto singular, la capital leonesa es punto de salida y lugar de paso imprescindible en la ruta jacobea del llamado ‘Camino Francés’
Es la historia de un peregrino. De uno que en tiempos duros decidió imaginar los buenos. Y aunque de ficción se trate no hay sentimiento ni emoción que no esté basado en una historia real. Mochila en mano en su mente intrépida cerró los ojos imaginando un camino, y no cualquiera.
Era El Camino, el de Santiago. Bordón en mano y con un recorrido de cerca de 3.000 kilómetros por delante, comienza así una aventura única, con siglos de tradición y leyenda que parte, en esta historia, de León.
La ciudad de León es una encrucijada de rutas y una de las más importantes a lo largo de los siglos es el Camino de Santiago. Por su estratégica ubicación, la capital leonesa se convierte en un lugar de parada obligatoria para los peregrinos que realizan este recorrido a través del ‘Camino Francés’, que une la localidad de Saint Jean de Pied de Port con la ciudad compostelana. León se encuentra a escasos 300 kilómetros de Santiago de Compostela y, desde allí, le restan al peregrino 14 etapas a pie.
Empecemos por el principio. El Museo de las Tres Culturas de León está situado en el punto de entrada de los peregrinos a la ciudad y cuenta con tres áreas: una zona de recepción donde los visitantes pueden descansar y acceder a toda la información sobre el Camino de Santiago; otra sobre el pasado romano de Puente Castro, el Ad Legiomen, con paneles explicativos y la recreación de una habitación con un médico romano; y una dedicada a la cultura judía, con la recreación de una escena de hogar.
El punto de salida de esta legendaria andadura es la plaza de Santa María del Camino. Popularmente conocida como Plaza del Grano, es indudablemente una de las imágenes más hermosas de la capital leonesa. El albergue de peregrinos de las Benedictinas, en el Monasterio de las Carbajalas, queda atrás a medida que avanzamos por las calles de la Rúa y Ruiz de Salazar hasta llegar a la modernista Casa Botines. Junto a ella, el palacio renacentista de los Guzmanes, una de las familias más poderosas e influyentes, tampoco pasa desapercibido.
La calle Ancha, la más importante de León desde la época romana, divide en dos el casco histórico leonés y a su vez delimita la frontera entre dos barrios: el Húmedo y el Romántico, parada obligatoria para reponer fuerzas tras horas y kilómetros de caminata. Esta amplia vía nos lleva a través de las fachadas de antiguos palacios donde hoy convergen multitud de estilos, hasta la Catedral.
Desde este punto, la parte más alta de la ciudad, los callejones colindantes hacen aparecer hacia la derecha a la Real Colegiata de San Isidoro. Se trata de un monumento histórico que no solo alberga la que es conocida como la ‘Capilla Sixtina del románico’, sino que, además, es el lugar que fue testigo de las primeras Cortes que convierten a León en Cuna del Parlamentarismo.
Por la calle Renueva, primero, y Suero de Quiñones después, el Hostal de San Marcos, hoy Parador de Turismo y Museo, aparece a la vista del caminante. Lugar de enigmas, como el acontecimiento que llevó a Francisco de Quevedo preso a una celda, y construido como un convento para la Orden Militar de Santiago, fue, durante siglos, lugar donde los frailes atendieron y acogieron a los peregrinos en sus estancias. Al otro lado del río Bernesga, las avenidas de Quevedo y del Párroco Pablo Díez indican la continuación del Camino hacia las afueras de León, donde la aventura del peregrino continuará durante algunas jornadas más hasta llegar a la plaza del Obradoiro en Santiago de Compostela.