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¡Qué dura Semana Santa!
¡Y cuánto padecimiento!
Mas no hay Cristos en las calles
ni Dolorosas ni Encuentros
ni limonada en los bares,
ni globos ni movimientos
de gente que anhela ver
en la calle del Convento
al Cristo de la Injurias
que ha abandonado ya el templo
de la Patrona Marina
y que avanza a paso lento.
Al hombro mandaba el seise
y al hombro lo ponen luego
los hijos del Desenclavo
que se encargan de mecerlo.
¡Con cuánto amor y respeto
y ternura y sentimiento!
Son instantes quenos duelen
en el alma, y son recuerdos
a los que León se acoge
en horas de abatimiento.
¿Y dónde quedan este año?
¿Nos los ha robado el tiempo?
¿Un castigo, una pandemia?
¡Cómo no echarlos de menos!
Y este encierro que no acaba,
y este balance de enfermos,
y esos gritos de ambulancias,
y esos hospitales llenos,
y ese horror que no termina,
y ese cuenteo de muertos
que golpea las conciencias
y aumenta el abatimiento
primero a los que están solos,
y que les falta el aliento;
son personas que agonizan
y en sus últimos momentos
no les queda ni el consuelo
ni el alivio ni el recuerdo
de alguien que cierre sus ojos
o acompañe su silencio
o rezando en voz muy queda
recíbelo, Padre nuestro…
Otra vez cabe gritar
¡qué solos quedan los muertos!
En esta desolación,
¿les echaremos de menos?
¡Terrible drama, terrible…!
Ellos no lo merecieron.
Y en un silencio de toses
se nos cae un mundo entero.
Quiera Dios que de esto surjan
nueva Tierra y nuevos cielos,
nuevas promesas que duren
por más que cambien los vientos.
Necesitamos valores
que perduren en el tiempo.
Se lo debemos a ellos
pues ellos los transmitieron.
Lo merece su memoria
y sus vidas que ofrecieron
en estos duros momentos.
Defraudarles no podemos;
son nuestros padres y madres
y también nuestros abuelos.
No tendrá sangre en las venas
quien no los eche de menos
Que no me hablen de estadísticas,
que no me cuenten más cuentos,
pues que sobra la política
cuando se pierde un abuelo,
un padre, madre o esposo,
cuando no existe ni el duelo;
falta incluso su presencia
y algunos crespones negros;
la misa que reconforta,
los amigos, los silencios,
la trascendencia, las flores,
una frase, un pensamiento;
los abrazos apretados,
algún reconocimiento,
la oración y la esperanza
de verlos allá en el cielo.
Quiero seguir siendo piel
y no “volverme de hierro”;
solo ser aún más humano
y hasta llorar en silencio.
Ya no sé tú, pero yo
Sí los echaré de menos
Texto: Hermenegildo López González