El acto, que se viene celebrando desde tiempo inmemorial, tiene lugar cada 6 de Enero con una solemnisima Eucaristía, concelebrada por el Obispo de la Diócesis, y a la que asiste la Corporación Municipal del Ayuntamiento de León.
Un año más, como cada 6 de enero, festividad de los Reyes Magos, y como manda la tradición desde tiempo inmemorial, se celebró el solemne responso por los Reyes que han ostentado la Corona del Reino de León, con una una Misa Pontifical oficiada por el Sr. Obispo de León, D. Julian López, en la Real Basílica de San Isidoro.
El alcalde de León, Antonio Silván, acompañado de otros miembros de la Corporación Municipal, ha asistido como es tradicional al homenaje a este responso por los Reyes de León y ha participado en el cuatro Turno de Vela, en modo de Guardia y Oración, en el Panteón Real de San Isidoro, y posteriormente en la Eucaristía y acto de homenaje con el responso presidido por el obispo de León, Julián López Martín, en el Panteón Real. Una tradición que se renueva cada 6 de enero coincidiendo con la celebración de la Pascua.
Finalizada la Misa la comitiva se trasladó en procesión por el interior del templo hasta el Panteón Real en dónde tuvo lugar el responso oficial por los Reyes de León, presidido dicho acto por el Imperial Pendón de San Isidoro y acompañado por las Ilustres Damas y Caballeros Cofrades de la Muy Ilustre, Real e Imperial Cofradía el Milagroso Pendón de San Isidoro, junto con el Abad y Canónigos de San Isidoro.
El acto de homenaje a los reyes de León está organizado por la Muy Ilustre, Real e Imperial Cofradía del Milagroso Pendón de San Isidoro, de la que el Ayuntamiento de León es miembro nato perpetuo. El abad de esta orden de caballeros, Hermenegildo López, hizo una semblanza de dos reyes leoneses en el Turno de Vela, de Bermudo III que murió con 20 años y de “Alfonso VIII que dicen el noveno”, fundador de la Universidad de Salamanca.
El alcalde ha destacado esta tradición leonesa, de recuerdo y reconocimiento a los reyes leoneses, “a todos los que construyeron León y España”
.
Turnos de guardia y oración ante las tumbas reales
REFLEXIÓN DE ENTRADA
Aquí nos encontramos, de nuevo, ilustres Damas y Caballeros de esta Imperial institución (acompañados de nuestros mejores invitados), en los albores de un nuevo año, fieles a nuestra cita en la Sede de la Realeza Leonesa, cumpliendo el deber inexcusable de honrar a nuestros difuntos Reyes y, con ellos, a nuestro glorioso pasado del que fuimos fieles testigos y, por lo mismo, testimonio vivo de la incuestionable importancia del mismo.
Ese pasado que aquí velamos y contemplamos en espíritu hoy, fue, a no dudar, la cabeza del reino más importante en la Edad Media hispana, y hasta de lo más encumbrado de la misma época en Europa, lo que equivale a decir, para aquellos tiempos, el mundo entero. No nos menospreciemos entonces. En este sagrado lugar, en el que reposan, a la espera de la resurrección final, gran parte de los que representan lo más granado de nuestra historia, se encuentra también, quizás un tanto adormilada, sí, y según se ha dicho siempre, el alma de León. ¿Acaso no lo sentís? Palpita al ritmo de vuestros corazones acelerados por esta impagable experiencia.
Así razonaba nuestro añorado don Antonio Viñayo:
“Lo que el templo a Jerusalén, la Acrópolis a Atenas, el Capitolio a Roma, eso fue para León la Real Basílica de San Isidoro”.
Y, aquí, en San Isidoro, la maravilla única del Panteón Real… Aprovechemos el momento para contemplarlo, una vez más, embelesados y en silencio.
El conjunto pictórico está articulado, como se sabe, en función de un complejo programa iconográfico que, por encima de la simple exposición de distintos pasajes de la vida de Cristo, tiene como fin presentar la idea de la Resurrección al final de los tiempos. Lo más importante que sustenta nuestra fe.
Cada uno de los motivos escogidos no responde a una elección arbitraria; son distintas piezas que, reunidas, forman parte de una plegaria única dirigida a interceder por el alma de nuestros piadosos monarcas y a estimular a quien lo contempla con el espíritu convenientemente preparado.
La bóveda central es la visión del Cristo en Majestad, sentado sobre el arco del Kosmos, con nimbo crucífero alusivo a su triunfo sobre la muerte en la cruz. Porta en su mano izquierda un libro en el que se auto-presenta como la Luz del Mundo; mientras, con la derecha, imparte su bendición. Es la manifestación de que Él es el Resucitado. Es el Pantocrátor o, por mejor decir en este caso, el Cronocrátor, el Señor del tiempo.
Todo el recinto queda así bajo el amparo divino, reflejado en esa mano alargada, signo de su poder. La propia expresión escrita, Déxtera, que la acompaña, es una señal de que, en este lugar, en el que está presente la muerte física, ésta se convertirá en resurrección según el salmo 117: “¡Excelsa la diestra de Yahveh, la diestra de Yahveh hace proezas!”.
Henos pues, aquí, rodeados por las tumbas de nuestros Reyes, sin duda abrumados por tanta majestad, por tanta belleza y por lo más trascendente, que siempre nos sobrecoge, bajo el manto protector de las pinturas más armoniosas de toda la Europa medieval, constituidos en comunidad orante y contemplativa, para testimoniar nuestro reconocimiento y respeto a los miembros de la familia real leonesa, que acometieron la construcción del edificio de lo que hoy es nuestro país, sus valores y su relación con la Divinidad.
En este día sagrado de la Epifanía, esta Imperial Cofradía se recoge en oración, en este venerable lugar, y en la confianza de que los que aquí reposan han alcanzado ya el perdón y descansan en el regazo amoroso del Padre. Lo que también seguimos implorando para nosotros, nuestras familias y nuestros amigos.
UNOS MINUTOS EN SILENCIO
Invocación
¡Levántanos, oh Poderoso Hijo de Dios, para poder ver más allá; enjuga nuestros ojos para mirar con luz más clara; acércanos a Ti para sentirnos junto a Ti y hallarnos cerca de nuestros queridos seres que ya están contigo!
Y mientras preparas un lugar para nosotros, prepáranos a nosotros también para esa tierra feliz, para que donde tú estés, estemos nosotros también, por siempre. Amén.
Breve pausa
REMEMBRAZA HISTÓRICA
Este año, aunque recordemos, como siempre, a todos nuestros reyes, dedicamos los diferentes turnos de vela a la memoria de Bermudo III y una breve referencia a Alfonso VIII de León.
Tratando de encontrar un milenario nos topamos con la figura de este rey, siempre joven para la historia, puesto que murió con apenas 20 años en la batalla de Tamarón, y vivió entre los años 1017 y 1037. Su padre había dotado al reino, justo el año del nacimiento de Bermudo, de un compendio normativo, el conocido Fuero de León, que nos situó a la cabeza del mundo en cuanto a libertades y relación de los súbditos con la ley, los nobles y la corona. La muerte fue al encuentro de este Alfonso, el quinto del reino, en el sitio de Viseu, cuando apenas había cumplido 34 años.
Pequeña pausa
RECUERDO DEL REY
¿Pero quién fue este Bermudo, como decimos, hijo de Alfonso V, el de los Buenos Fueros y de su primera esposa, Elvira Menéndez, hija del conde gallego Menendo González, de tanta trascendencia en la corte leonesa?
Nació entre enero y agosto de 1017 y, siguiendo la costumbre leonesa, le habían puesto el nombre de su abuelo. Sucedió a su padre con tan solo 11 años de edad.
Tenía una hermana mayor, Sancha, que casaría con Fernando, hijo del rey de Pamplona, Sancho el Mayor.
Bermudo sube pues prematuramente al trono a causa del fallecimiento de su padre y, de acuerdo con la tradición, el primer documento que firma es una donación a la iglesia de Santiago cuyo obispo era su padrino.
Casó con una hija del rey de Pamplona, Jimena Sánchez, que le dio un hijo, desgraciadamente fallecido a los pocos días de nacer.
La minoría de edad del rey, de la que se hizo cargo su madrastra, la reina viuda Urraca, desató las ambiciones de la nobleza, deseosa de aprovechar la debilidad real para ampliar sus poderes y posesiones.
La propia Urraca se inclinó de forma poco prudente hacia los intereses del rey de Pamplona, lo que no fue del agrado de los condes castellanos, siempre beligerantes. Para limar asperezas se concretó el matrimonio de la infanta Sancha con el conde castellano García Sánchez que, en su visita para cerrar los esponsales, fue asesinado, en estos mismos lugares; en la plaza de San Isidoro.
Como consecuencia, el rey de Pamplona reclamó el condado de Castilla para su mujer, hermana del conde García, y posteriormente se lo cedió a su hijo Fernando.
Entre 1035 y 1037, se mantuvo la paz entre el rey Bermudo y el conde de Castilla, su cuñado, pero a mediados del verano del 1037, probablemente por las pretensiones de este sobre la Tierra de Campos, estalló la guerra entre ambos.
Después de varias escaramuzas, los ejércitos se encuentran en el valle de Tamarón y, según la leyenda, el joven rey pico espuelas a su caballo, Pelayuelo, famoso por su ligereza, lo que le supuso encontrase frente al enemigo, sin el apoyo de los suyos. Allí fue alanceado, de manera inmisericorde. Según las crónicas le habrían infringido entre 16 y 30 heridas.
Su recuerdo perdura en la tumba que utilizamos como catafalco para el responso real que tendremos al final de la misa y parte de su lápida se conserva en uno de los laterales del claustro.
Con la muerte de Bermudo se extinguió la línea dinástica que venía desde D. Pelayo lo que también, en palabras de algunos historiadores, “se consideraba un bien sagrado e intangible” para el Reino, y que “había sido ennoblecida durante más de un siglo por figuras tan míticas como Ordoño II o Ramiro II”.
Breve recuerdo también para nuestro gran Alfonso, el VIII de este reino, a quien han nombrado erróneamente el IX. Además del recuerdo imperecedero de las Cortes que aquí tuvieron lugar en la primavera de 1188, constituyéndonos en Cuna del Parlamentarismo, este año recién clausurado, se ha cumplido el 800 aniversario de la fundación de la Universidad leonesa de Salamanca, la primera que en el mundo obtuvo dicho título. Bien merece, este Alfonso, aunque solo sea por ello, un agradecido recuerdo, bien a pesar de que sus restos no se encuentran aquí, sino que reposan en la Catedral de Santiago de Compostela.
Pausa de silencio
INVOCACIÓN FINAL
¡Oh Dios! Nuestro Creador y Redentor, Señor ju7 del Tiempo, Señor de todo lo creado, con tu poder Cristo venció a la muerte y volvió a Ti triunfante y glorioso.
Que estos hijos tuyos que nos han precedido en la fe participen de su victoria y disfruten para siempre de la visión de tu gloria donde Cristo vive y reina contigo y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos.
Amén.
Dales, Señor, el descanso eterno. / Y Brille para ellos la luz perpetua.
Descansen en paz. / Amén.