Versión clásica

8 de marzo. La muerte de una gran mujer: Urraca I, Reina de León

Algunos cronistas (declarados enemigos de la Reina y sobre cuya vida no escatimaron calificativos groseros, machistas, malintencionados y perversos) sembraron también de duda sus últimos días

urraca I de León

Urraca I de León. Colección de Cuadros de los Reyes de León. Palacio del Conde Luna. Fotografía: Martínezld

En estas jornadas, próximas al 8 de marzo en que se celebra el día de la mujer, solemos ocuparnos, ya sea de forma directa o indirecta, de quien está considerada la primera reina coronada de Europa, nuestra Urraca I de León. Véanse, para ello, los artículos Cuatro mujeres leonesas (I, II y III) y 8 de marzo, día de la mujer leonesa.

Hoy, no pretendiendo abundar en el tema, tratamos de recuperar el signo de los tiempos para enfrentarnos a una realidad ocurrida tras el fallecimiento de la reina: la llegada al trono de Alfonso VII, su hijo, aunque recordando también los postreros días de su madre la reina.

Los últimos años de la reina Urraca habían sido una constante de problemas para ella misma y, huelga decir, para el Reino.  En un rápido resumen, señalaríamos:

Problemas con su marido Alfonso, el aragonés; no se soportaban y, desde la perspectiva actual, no nos sorprende en absoluto puesto que la reina, que se sabía reina, ejercía como reina y deseaba ser tratada como reina, hasta el punto de que los cronistas recogen un documento de fecha de 22 de julio de 1109 en el que ella misma se intitula, “por voluntad divina, reina de toda Hispania”, no había encontrado nunca del lado de su esposo la menor comprensión y respeto. Pruebas sobradas ya han sido expuestas en anteriores artículos. Lo cierto es que según se manifiesta, sería ella la que puso fin, con la aquiescencia de Roma, a un matrimonio al que la estupidez de los tiempos y determinados consejeros de su padre la habían condenado. Mas no sin antes sacrificar vidas y desgastar enormes energías y sumas de dinero en el Reino.

De otro lado, problemas con su hermanastra Teresa que aprovechaba, junto con su ambicioso marido, Enrique de Borgoña, la debilidad del Reino para, incluso, hacer incursiones sobre determinadas zonas próximas al Miño, llegando a apoderarse, eso sí, fugazmente, de Tuy. Sin embargo, la semilla había sido sembrada, Teresa se hacía incluso llamar “reina” y la cosecha llegaría con su hijo Enrique, que consumaría la escisión del antiguo condado de Portuscale, proclamándose primer rey de Portugal. Una auténtica desgracia para el reino matriz, por las consecuencias ulteriores; aún hoy seguimos sufriendo las consecuencias.

No faltaban tampoco las complicaciones derivados de los vaivenes del obispo Gelmírez que, velando, únicamente, por sus intereses, sabía arrimarse al sol que más calentaba en cada momento. No importaba si eran los magnates gallegos, el niño Alfonso a quien manipulaba a su antojo, la reina o incluso el Batallador.

En este cúmulo de contrariedades e inconvenientes se había educado el joven Alfonso hasta el punto de verse utilizado por la nobleza gallega que incluso intentaba oponerle a su madre.

urraca I de León

Busto de Urraca I de León en la plaza de San Marcelo. Fotografía: Martínezld

Y llegamos, de este modo, a la fecha del 8 de marzo de 1126. Algunos cronistas (declarados enemigos de la reina y sobre cuya vida no escatimaron calificativos groseros, machistas, malintencionados y perversos) sembraron también de duda sus últimos días. Ni en la hora de su paso al más allá consiguieron domeñar o, cuando menos, esconder su ira, su inquina y su nada disimulado odio. Algunos llegaron a afirmar que la reina había huido de León llevando el tesoro de la iglesia palatina, San Isidoro, y que esa huida habría precipitado su final, debido al estado avanzado de gestación en el que se encontraba.

No faltan quienes especulan sobre su muerte en la iglesia de San Vicente, encontrándose prisionera en la misma. ¿Por quién?, nos atreveríamos a preguntar.

Lo que si hay de cierto es que se ha especulado mucho sobre si la reina venía arrastrando, además, desde había un tiempo, una grave enfermedad. Nadie ha podido aportar evidencia concluyente; sin embargo, la presencia del heredero induce a pensar que alguna sospecha flotaba en el ambiente. No se trataba, entonces, de perder las opciones de suceder a su madre y había que evitar, a toda costa, que Alfonso el Batallador se interpusiera en su derecho al trono de León. Tampoco conviene olvidar al mentor del joven príncipe, el escurridizo Gelmírez que se había desplazado desde Santiago de Compostela a presencia de la reina que habría pasado los días previos a su fallecimiento en la villa de Sahagún, de tantos recuerdos y el lugar en el que habían sido enterrados sus padres.

Pero lo que es incontestable es que Urraca I de León, la primera reina coronada en Hispania, falleció en la villa de Saldaña y la causa más probable (aquí, incluso, prevalece la opinión de médicos prestigiosos) serían las fiebres puerperales, que tantas vidas de mujeres se llevaron en la época, en el momento de dar a luz a su quinto hijo.

responso por los Reyes de León

Panteón Real de León. Basílica de San Isidoro. Fotografía Miguel Ángel Herreros

El joven Alfonso se desplazará, de inmediato a León, para, en un principio, cumplir los deseos de su madre de ser enterrada en el Panteón de reyes de San Isidoro, recuperando la costumbre, interrumpida por su padre Alfonso VI, enterrado en Sahagún. Hay que significar además que será la última cabeza coronada en ser enterrada en dicho lugar puesto que su hijo lo será en Toledo, y su nieto y su bisnieto, en Santiago de Compostela.

Su lauda sepulcral, hoy desaparecida, no abundaba en absoluto, como era costumbre, en sus virtudes; solamente nombraba, fríamente, a su sucesor (madre del emperador Alfonso) y a su padre (hija del rey Alfonso). Al parecer, su leyenda y las opiniones de los cronistas habían conseguido arrojar sobre ella suficientes argumentos en contra como para condenarla de inmediato a una evidente “damnatiomemoriae”.

firma de urraca I de león

Firma de la Reina Urraca I de León

Al mismo tiempo, Alfonso, pretendiendo evitar los intentos de su padrastro de controlar el Reino de León, o cuando menos el Este del mismo, se hará coronar al día siguiente (para algunos, el hecho no habría ocurrido hasta el día 10) de los funerales regios. Comenzaba así, en medio de nuevas expectativas, y superado el impase de quien, en palabras de un cronista gallego había reinado “tiránicamente diecisiete años y acabó su vida infeliz en el castillo de Saldaña, el 8 de marzo de la era de 1164, al ir a dar a luz a un hijo adulterino”. ¿Se puede ser más miserable y más despiadado?

Alfonso, el VII de este reino, había recibido la ayuda y el apoyo económico, tan necesarios, de los monjes y los judíos de Sahagún, que habían sido muy favorecidos por su abuelo. Sin embargo, y a pesar de la simpatía que había despertado en el pueblo, no comenzaría con buen pie su reinado; hasta el gobernador de las torres de León y sus partidarios se le oponía; por ello tendría que reducirlos a la fuerza con la ayuda del magnate Suero Bermúdez, un noble astur, de gran influencia en la corte leonesa, gobernador de la montaña central y oriental, y que había permanecido siempre fiel a la familia real, desde la época de Alfonso VI.

Así comenzaba a reinar quien, en un próximo futuro, en 1135, sería coronado Emperador de toda Hispania, alcanzando, de ese modo, el sueño de sus antepasados, al menos desde Alfonso III el Magno.

  • Textos: Hermenegildo López
  • Fotografías: Martínezld
coronación Alfonso VII

Magnífica vidriera con la Coronación de Alfonso VII el Emperador, hijo de Urraca I, lamentablemente con dos vanos cegados. Ayuntamiento de León. Fotografía: Martínezld

 

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