Por desgracia, la presencia leonesa en Baeza duraría apenas 10 años, los mismos que Almería estuvo en manos de los cristianos.
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Cada vez que se hace alusión a la conquista de Baeza fuera de nuestro entorno más inmediato, nos encontramos con nombres y situaciones que, a los leoneses, conocedores de la verdadera historia y de lo que supuso la conquista de esta ciudad jienense, no dejan de sorprendernos. Así, por orden cronológico, nos aparecen tanto Alfonso I de Castilla que, desde 1209 a 1211, enviaría algunas tropas a la zona intentando controlar los pasos de la Meseta hacia Andalucía, como, más tarde, Fernando III que logrará conquistar definitivamente la plaza, en 1227.
Sin embargo, salvo por estas tierras del Reino de León, y especialmente debido a la existencia de la Imperial Cofradía del Milagroso Pendón de San Isidoro (Pendón de Baeza), nadie parece recordar que, ya en 1147, 80 años antes se había producido una primera conquista de dicha ciudad andaluza, conquista que, además, está rodeada de un halo de misterio con la intervención milagrosa del Patrono del Reino de León, el sabio y santo obispo de la diócesis hispalense, San Isidoro.
Situemos entonces la historia en su contexto y vayamos con esta primera conquista de Baeza.
A partir de la muerte de Almanzor, ocurrida en 1002, la zona de la Península en poder de los musulmanes se vio envuelta en una serie de guerras civiles que desembocaron en lo que se conoce bajo el nombre genérico de Reinos de Taifas, lo que trajo aparejada la desaparición del Califato de Córdoba, en 1031.
Por lo que hace a Baeza (Bayyasa), la ciudad pasó sucesivamente a manos de los reinos de taifas de Murcia, Almería, Denia, Granada, Sevilla (en este caso a partir de 1075), e incluso llegó a funcionar como reino independiente, entre 1224 y 1226, con un único rey, Abd Allah Ibn Muhammad Al-Bayyasi(el Baezano). Un panorama, entonces, de conflictos casi constantes, lo que hacía de esta parte de al Ándalus una presa fácil para los intereses de sus contrarios del norte.
Paralelamente, y a pesar de las dificultades que, para los cristianos, había supuesto la llegada de los almorávides, con las derrotas de Sagrajas (1086) y Uclés (1108), en el reinado de Alfonso VI de León, incluso los problemas posteriores durante el reinado de su hija Urraca I de León y, especialmente, a causa de su matrimonio con Alfonso el Batallador de Aragón, la situación política parece enderezarse en la época del hijo de Urraca y Raimundo de Borgoña, Alfonso VII, que consigue, incluso, coronarse emperador un 26de mayo de 1135, en la catedral románica de Santa María de la urbe regia.
Con la vista puesta en la creación de una especie de Califato dependiente del emperador leonés, había participado en la ceremonia de su coronación un personaje llamado Áhmad al-MustánsirSayf al-Dawla (“espada de la dinastía”), más conocido como Zafadola, que tiene la firme intención de unir a las diferentes taifas, pero bajo la protección de Alfonso VII. Este Zafadola, como hemos comentado en el capítulo dedicado a la batalla de al-Luŷŷ, desciende de la familia de los Banu Hud, de gran influencia en la taifa de Zaragoza, así como en las ciudades de Tudela, Huesca y Calatayud.
Como puede constatarse, Alfonso VII había conseguido demostrar, tanto con estas hábiles maniobras políticas como con una serie de incursiones más allá de Despeñaperros que los almorávides ya no representaban un enemigo a temer por parte de los cristianos y ni siquiera podían ser considerados un escudo para los habitantes del sur musulmán frente a los ataques leoneses. Si pretendían sobrevivir, deberían aceptar al Emperador como señor de toda Hispania según el título de su coronación, pagarle tributo, como ya ocurriera en la época de Fernando I el Magno o declararse aliados suyos. Así lo entendieron, por cierto, algunos de los reyes taifas, como YahyàIbn Ghaniya, emparentado, nada menos que con el primer emir de la dinastía almorávide, Yusuf Ibn Tashfin, que había llegado a ser gobernador de Córdoba. Obrando en consecuencia, decidió no enfrentarse al Emperador, lo que le permitió seguir rigiendo esta ciudad hasta su fallecimiento en 1049.
Las amenazas de Alfonso no se quedaban tampoco en meras palabras y, para ello, impulsa incursiones cada vez de mayor entidad conquistando algunas ciudades en la zona (Jaén) lo que vendrá a demostrar su poder y su disposición a continuar el proceso de ampliación de sus territorios en aquellas tierras.
Llegamos así al año 1146, en concreto al 5 de enero. Zafadola, ese fiel aliado del Emperador “de toda Hispania”, pieza importante en el tablero que se diseña desde León, se encuentra en grave peligro por el acoso al que viene siendo sometido por sus enemigos almorávides y algunos reyezuelos taifas que no le siguen en su política de pacto con los cristianos. La batalla se está dando, en este momento, en la zona de Baeza y ante las dificultades que constata para doblegar a sus enemigos, Zafadola no encuentra otra opción que pedir ayuda militar al emperador.
Alfonso, entonces, envía un contingente importante de tropas al mando de Ponce de Cabrera, Armengol de Urgel, Manrique de Lara y Martín Fernández. Sin embargo, se producen una serie de acontecimientos desgraciados, y hasta demasiado confusos, que van a dar en la muerte de Zafadola tras esa batalla de al-Luŷŷ, arriba nombrada.
Alfonso, entonces, se queda sin su más firme aliado en el sur y decide intervenir personalmente. Es el Emperador y debe mostrar, no solo autoridad, sino conseguir alguna conquista de indudable interés para perpetuar su nombre y su obra. Por ello, con el apoyo de la bula papal de Eugenio III, “Divina dispensatione” (predicada al mismo tiempo para la segunda cruzada hacia Tierra Santa) y constatados los puntos débiles de las defensas de Almería por parte de la armada genovesa el año anterior, en el que la tuvo un tiempo cercada por mar, decide atacar esta base de piratas del Mediterráneo y lugar habitual de desembarco de nuevas oleadas de combatientes a favor del Islam y contra los cristianos.
El resultado final ya lo conocemos; la ciudad cae el 17 de octubre de 1147, pero antes se ha producido la conquista de Baeza, que intentamos recordar en este momento.
Para la conquista de Almería, las tropas leonesas van a recibir la ayuda del rey García V de Navarra y del conde Ramón Berenguer IV, ya prometido con Petronila de Aragón (aunque el matrimonio no tendría lugar hasta el mes de agosto de 1150) y que, por lo mismo, ejercía como rey consorte o “Príncipe de Aragón”, desde el13 de noviembre de 1137. Acompañaban, asimismo, y como era lógico, los caballeros templarios de los diferentes reinos peninsulares.
Del otro lado de los Pirineos, podemos señalar la implicación personal del Conde de Montpellier y, también, como sería habitual a partir de este momento, algunos cruzados que no sentían demasiado atractivo para arriesgarse camino de Tierra Santa vinieron a sumarse a la aventura; sin embargo, la gran ayuda, esta vez, vendría del otro lado del mar puesto que se implicaron en la conquista las fuerzas navales de Pisa y, fundamentalmente, de Génova que demostraron, de ese modo, que no iban a tolerar nunca más ataque alguno a su comercio marítimo de parte de la flota musulmana que venía fondeando en Almería y que se dedicaba, tradicionalmente, a la piratería y al saqueo de las naves que se aventuraban por el Mediterráneo cercano a las costas que ellos controlaban.
Al contingente terrestre anteriormente citado, cabe añadir la presencia de alguno de los aliados de Zafadola y del propio Emperador, de los que el más célebre sería MuhámmadIbn Mardanish, más conocido como el “rey Lobo” o “rey Lope” de la taifa de Murcia.
Todo este conjunto se dirigió hacia el objetivo final: el cerco de Almería tanto por tierra como por mar; sin embargo, el Emperador tenía una deuda muy particular con la memoria de su firme aliado Zafadola y la esperanza frustrada de haber podido cambiado la historia. Por esa razón, y porque no deseaba dejar tras de sí ciudades fortificadas que pudieran causar problemas, decidió, personalmente, entre mediados de julio y mediados de agosto, tomar las ciudades de Andújar, Baños de la Encina y Baeza, con la intención, como había ya ordenado a sus tropas el año anterior, de arrasar esta última, por el recuerdo de la muerte de su amigo.
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Al parecer, sin embargo, los asesores de Alfonso VII debieron fallar en sus cálculos y el cerco de Baeza podría haberse llevado a cabo con menos efectivos de los que aconsejaba la prudencia; teniendo en cuenta, además, que se trataba de la figura del propio Emperador quien dirigía el ataque, lo que causó, en efecto, que se concitara, tanto en auxilio de los cercados como en la idea de acabar con él, una enorme cantidad de enemigos.
Tal situación provocó momentos de verdadera angustia, pues los cristianos llegaron seriamente a temer por su vida. Y aquí la historia se entremezcla con la leyenda o, simplemente, le deja el paso franco. Así lo cuenta D. Lucas, el Tudense, canónigo que fue de la Real Colegiata de san Isidoro y posterior obispo de Tuy, apenas unos 70 años después de los hechos.(en la versión de D. Julio Pérez Llamazares: Vida y Milagros del glorioso san Isidoro, Arzobispo de Sevilla y Patrono del Reino de León, León, 1947). De hecho, el propio don Lucas bebe de un escrito anónimo anterior y él mismo hará un resumen para su posterior y celebrado libro del ChroniconMundi.
“Y viendo el noble rey que él y los suyos, por ser muy pocos, no podrían resistir el ímpetu y fuerza de los contrarios comenzaron a llamar a Dios en su ayuda, porque es misericordioso y redimió el linaje de los cristianos y a los que en él esperan salva misericordiosamente… Como los cristianos temiesen mucho de tan gran multitud de infieles, estando aquella noche el sobredicho rey Don Alfonso sentado en su tienda le vino un poco de sueño y se le apareció una visión maravillosa, en que vio venir hacia sí un varón muy honrado, con sus canas muy fermosas, vestido como obispo de pontifical y su rostro resplandecía como el sol muy claro, y cerca de él venía andando paso a paso así como él andaba una mano la cual tenía una espada de fuego de ambas puntas aguda y llegando aquel santo varón cerca del rey comenzó a hablarle… Y dijo: Yo soy Isidro, Doctor de las Españas, sucesor del Apóstol Santiago por la gracia de le predicación. Esta mano que anda conmigo es del mismo apóstol Santiago, defensor de Españas; dichas estas palabras desapareció la visión…”
El relato abunda en otra serie de detalles tales como la confianza en la victoria, la implicación personal del Santo en la defensa del Reino, el contento de los cercanos al Emperador por la ayuda prometida y, posteriormente, la creación de una “Confradería ”bajo la protección de San Isidoro que el propio santo recibe gozoso.
Resultado: al día siguiente, se toma Baeza, y, según las crónicas, incluso sin lucha. De ahí que surja la pregunta: ¿qué pudo realmente ocurrir? Algunos aventuran que el gobernador de la plaza, Yahyà Ibn Ghaniyase la entregó junto con Úbeda, a cambio de respetar su dominio en Jaén, aunque la realidad es que gobernaría, como hemos señalado anteriormente, en Granada hasta su fallecimiento dos años más tarde. El misterio sigue, entonces, planeando sobre esta rendición de una ciudad que, sin embargo, y a priori, era difícil de conquistar, incluso si nos atenemos a su propia denominación de “nido real de gavilanes”.
Poco podemos decir entonces, no solo sobre la conquista de Baeza sino incluso sobre su organización posterior durante los años en los que permaneció bajo el dominio cristiano. Se aventura que gran parte de la población musulmana debió permanecer en ella por las consecuencias posteriores, pero sí se tiene constancia de que el gobierno de la misma fue encomendado a Manrique Pérez de Lara. Determinados documentos, incluso firmados por el propio Alfonso, citan la existencia de dos merinos (Martín Yáñez de Roda y Cristóbal de Burgos), un sayón (Cabeza de Auengamma), posiblemente de origen andalusí, y un alcaide de la fortaleza, Pedro García, quien se encargó personalmente de repoblar parte del territorio, principalmente la zona de los accesos a la Sierra, con el fin de asegurar su control y defensa.
Y, dado que se trataba de controlar desde allí el paso a la meseta, el resto de las fortalezas de las cercanías seguramente también tuvieron un alcaide afecto al Emperador.
Se citan incluso nombres de pobladores y propietarios en la zona, como un tal Abdelaziz Aboalil, vecino de Baeza, probablemente uno de los prohombres de la ciudad que aceptaron someterse al Emperador. ¿Estaremos ante la clave, entonces, del misterio de la rendición? En fechas posteriores (1151), incluso, el propio Alfonso le dará la aldea de Daralmouz y casa en Albarracín. Más tarde, aparece, asimismo, como propietario en la localidad de Baños y, en 1156, en Bailén y Segral.
Mas, ¿podemos aportar algún indicio claro en lo que atañe al nacimiento del mito, de la intervención o no de San Isidoro? Cierto es que nos encontramos en contextos en los que la Trascendencia se hallaba más presente en la vida de los que se jugaban la vida por un credo o por un ideal y, en esas circunstancias, no conviene juzgar los acontecimientos con las ideas de nuestro tiempo.
Hay, sin embargo, al menos un par de indicios que nos ponen sobre la pista, al menos, de que el mito no se gestó tardíamente y desde la basílica del Santo Isidoro, en León. No tiene sentido si consideramos lo siguiente: el propio Alfonso, al parecer en memoria de la intervención del Santo, mandó, de inmediato, edificar un convento de regulares bajo la advocación de San Isidoro, al que dotó espléndidamente. Es conocido, asimismo, que el arzobispo sevillano fue el primer patrono de la ciudad de Baeza y que la catedral, contrariamente a lo que ocurría habitualmente, fue dedicada al mismo.
Por desgracia, la presencia leonesa en Baeza duraría apenas 10 años, los mismos que Almería estuvo en manos de los cristianos. Los esfuerzos del Emperador no consiguieron retener esta importante ciudad; sin embargo, se había plantado una primera semilla y se habían marcado, para siempre, unos límites, consagrados por el Tratado de Tudilén (Tudillén o Tudején), firmado el 27 de enero de 1151, entre Alfonso VII y su cuñado Ramón Berenguer IV (el Imperio leonés y el Reino de Aragón), para fijar la influencia y las futuras conquistas en el Reino de Murcia y, por extensión, en toda la zona de Levante.
Perdida Almería, Baeza caerá, de manera rápida (eso sí, con el apoyo de sus habitantes) en manos de los almohades, y Alfonso, el Séptimo de León, entregará su vida a la eternidad, “debajo de una encina”, en un paraje, hoy conocido como el Viso del Marqués, el 20 de agosto de 1157, apenas a unos 90 Km de aquella ciudad donde se había gestado uno de los hechos más misteriosos de la Edad Media: la intervención del Santo Isidoro el día 25 de julio de 1147.
- Textos: Hermenegildo López
- Fotografías: Martínezld