Una consecuencia más de este desastre de Consuegra que ha llegado casi a nuestros días. El 27 de marzo de 1927, el rey Alfonso XIII restauraría a Consuegra la consideración de ciudad, título que le había sido arrebatado por decisión de Alfonso VI
La coincidencia de fechas, en esta rueda del tiempo que nos lleva, nos acerca, de nuevo, a una batalla, si bien, en este caso, nefasta para los intereses del Reino de León.
Como reza el título, el día 15 de agosto del año 1097 tuvo lugar, en las cercanías de la antigua ciudad prerromana de Consabura (“la confluencia del río Sabo”, hoy río Amarguillo que nace en los montes de Toledo y vierte sus aguas en el Guadiana), evolucionada a Consuegra, una batalla entre nuestro Alfonso VI y las tropas almorávides del emir Yusuf ibn Tasufin.
No es, desgraciadamente, la primera vez que nos ocupamos de estos almorávides llegados del norte de África, donde habían creado un imperio y habían pasado a la Península llamados por sus hermanos de religión ante el avance, que les parecía imparable, de los ejércitos leoneses tras la conquista de Toledo (6 de mayo de 1085) y la imposición de parias, que habían comenzado ya en la época del padre de Alfonso, Fernando I el Grande. De hecho, fueron el auténtico quebradero de cabeza de quien se había intitulado, después de esa fecha y esa conquista, “Totius Hispaniae Imperator” o Rex ibéricus.
Hay que recordar que tampoco era la primera vez que estos monjes guerreros participaban en batallas contra los cristianos de la Península; sin embargo, nunca como después de la toma de Toledo por parte de Alfonso. Los diferentes reyes taifas sabían, perfectamente, que sus hermanos de religión no aprobaban sus desviaciones en la práctica de la misma; sin embargo, y, según se cuenta, en palabras del propio rey de Sevilla, al Mutamid, preferían “ser camellero en el Magreb que porquero en Hispania”.
La situación política había cambiado totalmente y Yusuf ibn-Tasufin ya había derrotado de manera estrepitosa al rey de León en la Batalla de Sagrajas (Zalaca para los musulmanes), el día 23 de octubre de 1086, victoria celebrada, según las crónicas, por los almorávides, subidos en una montaña hecha con las cabezas de los cristianos. En aquella ocasión, el rey Alfonso apenas pudo salvar a unos 500 hombres de su ejército.
Sin embargo, ni siquiera una tan humillante derrota había conseguido aplacar los ánimos de aquel a quien la historia ha denominado el Bravo. Alfonso, aprovechando la vuelta del emir al norte de África, a causa de la muerte de su hijo, comienza, de nuevo, su ofensiva sobre las taifas consiguiendo volver a cobrar incluso unos impuestos que le eran de absoluta necesidad para mantener su ejército. En concreto, y como ejemplo, en las negociaciones llevadas a cabo por Alvar Fáñez, en la primavera de 1089, este exige al rey de Granada, Ahd Allah, el pago de tres anualidades de las parias no abonadas a raíz de la derrota de Sagrajas; las de 1086, 1087 y 1088. Así recibe, tras no pocas conversaciones y la amenaza de Alfonso de tomar Guadix, la cantidad de 10.000 mizcales por año.
De ese modo, aunque le rápida expansión conquistadora del Reino de León se vio frenada en las dos décadas siguientes a la derrota de Sagrajas, Alfonso consiguió firmar, de nuevo, pactos de amistad con los reinos de taifas, especialmente tras la derrota de los almorávides en el sitio de Aledo (entre el año 1088 y 1090) con la intervención personal del rey de León.
Algunos de los reyes taifas (especialmente los de la zona de Levante de la que se ha enseñoreado Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid) vuelven a sentir la presión del Reino de León y solicitan la vuelta de los almorávides. El propio Cid se hace fuerte en Valencia, que conquista el 17 de junio de 1094, y vence, en dos ocasiones al ejército almorávide (Cuart de Poblet, 1094 y Bairén, cerca de Gandía, 1097, en este caso en coalición con el rey de Aragón, Pedro I).
Estos derroteros no habían entrado en los cálculos del emir almorávide que vuelve de nuevo a la Península y decide pasar al ataque dirigiendo sus tropas contra el corazón del Reino que se hallaba situado, en aquellos momentos, en la imperial Toledo. Sin embargo, Yusuf parecía no tener prisa esta vez por lo que el avance hacia dicha ciudad se hizo lentamente mientras se consolidaba su poder en la retaguardia, moviendo a su antojo a aquellos reyezuelos que habían solicitado su presencia y su ayuda.
Alfonso decide detener la marcha de este nuevo ejército antes de su llegada a Toledo por lo que cambia sus planes guerreros y hace dar media vuelta a sus tropas que se encaminaban a Zaragoza en ayuda del rey de dicha taifa, atacada por el rey de Aragón. Ha tomado la decisión de desafiar a Yusuf ibn Tasufin en Consuegra y, para ello, decide hacer venir, como refuerzo, a la mayor parte de las tropas que acompañan al Cid en Valencia. Este envía a su hijo y sucesor Diego Rodríguez al mando de un contingente de caballería al que se suma también otro, del mismo tenor, dirigido por Alvar Fáñez.
En el camino sufren un primer revés pues, en las cercanías de Cuenca, son emboscados por los almorávides. Como resultado, se producen algunas bajas, pero otros muchos deciden volver a Valencia donde se sienten más seguros. Un grupo mucho más pequeño continúa su camino hacia el presumible lugar de la batalla, por lo que se calcula que, de las tropas enviadas desde Valencia, apenas unos 300 caballeros llegarían a Consuegra.
Alfonso ha ocupado la ciudad donde sus tropas se encontrarán en lugar seguro; incluso desde la torre del castillo mismo, ya utilizada en tiempos de los romanos, puede verse cuanto ocurre en el entorno. Para evitar problemas, manda incluso reforzar las defensas y reconstruir las murallas de la ciudad en espera de la llegada de los enemigos. Estos se presentan, finalmente, ante Consuegra, el 15 de agosto.
Sobre el desarrollo concreto de la batalla no nos han sido transmitidos demasiados testimonios directos. Podemos deducir el mismo por dos vías: la táctica habitual de Alfonso y los resultados concretos de los hechos.
Al parecer, el ejército cristiano llevó a cabo una primera carga frontal empleando la caballería pesada que tan buenos resultados había proporcionado, ya desde la época del gran Ramiro II. Sin embargo, los almorávides, conocedores de esta táctica, prefirieron utilizar su caballería ligera con arqueros que atacaban y se retiraban inmediatamente. Aquello suponía un esfuerzo suplementario para la caballería leonesa y, aunque en un principio, el centro del ejército musulmán cedió, el resultado fue que, finalmente, los cristianos se vieron embestidos por las alas y rodeados.
Ante esta situación, Alfonso ordenó retirada, lo que hicieron los diferentes capitales del ejército, en el flanco izquierdo Pedro Ansúrez y Álvar Fáñez de una manera coordinada; sin embargo, el ala derecha, comandada por Diego, el hijo del Cid y doña Jimena, se quedó atrás y, además, no fue lo suficientemente protegida por la que estaba a su lado, bajo las órdenes de García Ordóñez (apodado Boquituerto), primo segundo del rey, que, al parecer, había tenido algunos problemas personales con Rodrigo Díaz; por esa razón, algunos interpretan que no puso demasiado empeño en proteger la vida de su hijo. Rodeado por los almorávides, Diego no tardaría en caer.
La intervención última de este García Ordóñez tendrá lugar, el 29 de mayo de 1108, en la batalla de Uclés, en la que el propio Alfonso VI le había encargado la protección de su hijo Sancho. Allí, ambos perderían la vida, también a manos de los almorávides.
El ejército cristiano, derrotado pues, se retiró entonces encomendándose a la protección del castillo donde resistieron los ataques del enemigo, durante ocho días y con muy pocos víveres.
Quedan dos preguntas para terminar: ¿por qué los almorávides se retiraron teniendo encerrado, en esas circunstancias, al rey de León? Se sugiere que habría corrido el rumor de la llegada de refuerzos, enviados, esta vez, por el rey de Aragón; situación poco probable, sin embargo, si tenemos en cuenta que, antes de esta batalla, la relación entre ambos reinos no pasaba por el mejor de los momentos. Puede que la amistad de Pedro I con el Cid y la muerte del hijo de este influyeran, sin embargo, en la decisión de este supuesto o real envío de tropas.
Y, en segundo lugar, ¿por qué los almorávides, salvado este obstáculo del ejército leonés, no se decidieron por atacar Toledo que era su verdadero objetivo, algo que incluso habían intentado, con anterioridad, dos veces? Se aventura que sus pérdidas en vidas debieron ser muy grandes también, por lo que no tendrían la fuerza suficiente para tomar una ciudad como Toledo en la que Alfonso habría dejado una guarnición suficiente para asegurar su defensa… y ello sin contar con la dificultad de hacer llegar los víveres necesarios para mantener un cerco que se presumía largo y difícil.
La decisión, entonces, fue la de volverse a Córdoba para preparar el próximo encuentro con los cristianos que no tardaría en producirse.
Y una consecuencia más de este desastre de Consuegra que ha llegado casi a nuestros días. El 27 de marzo de 1927, el rey Alfonso XIII restauraría a Consuegra la consideración de ciudad, título que le había sido arrebatado por decisión de Alfonso VI tras la derrota que acabamos de glosar.
- Textos: Hermenegildo López
- Fotografías: Martínezld
Mas info sobre la recreación de la batalla: